Hirokazu Kore-Eda, seguramente uno de
los autores más conocidos en occidente del cine de arte y ensayo
japonés contemporáneo, nos sorprendía el año pasado anunciando
que su siguiente proyecto era una serie de televisión de diez
episodios para la cadena NHK, “Going my home”.
Aunque el director se había iniciado
en el mundo audiovisual precisamente rodando documentales para la
pequeña pantalla, esta era la primera vez que podíamos ver el
imaginario de Kore-Eda aplicado en ficción televisiva; cualquier
duda de si el estilo y las historias a las que el director nos tiene
acostumbrados funcionarían en este formato, quedan disipadas en los
primeros minutos del excelente primer episodio: “Going my home”
es una de las mejores series que hayamos visto.
El publicista Ryota Tsuboi recibe la
noticia de que su padre, con el que no tiene mucho contacto, ha
sufrido un ataque que le ha dejado en coma. Se dirige entonces hasta
el hospital de Nagano donde este se encuentra, junto a su madre y su
hermana menor.
Pero en el hospital aparecerá una
joven mujer desconocida visitando también al anciano, con lo que
Ryota y el resto de la familia comienza a sospechar si se trata de
alguna hija secreta de los muchos escarceos de su padre, o su propia
amante.
Hirokazu Kore-Eda ha dirigido una serie
que podría ser casi una continuación sentimental de “Still
Walking”, llena de maravillosos momentos costumbristas en una
historia repleta de un fondo sentimental y humanístico. Con un tono
menos grave que el de la película, y muchos momentos divertidos,
“Going my home” deja al terminar cada capítulo una especie de
paz interior, una cierta esperanza de que en este mundo que se nos
viene abajo cada día, hay sitio para las buenas intenciones.
La serie trata por un lado los
problemas de una familia que a pesar de haber sufrido un cierto
desarraigo, se reúne en un momento de preocupación cuando el cabeza
de familia entra en coma; según avanzan los episodios sin embargo,
el objetivo se amplía, y Kore-Eda, al más puro estilo Miyazaki (y
no solo lo digo por ese toque fantástico que tiene la serie, y del que
prefiero no hablar para que lo descubráis por vosotros mismos),
lleva la acción hasta un pueblo pequeñito en el que la naturaleza y
el contraste con el caótico estilo de vivir la vida de la ciudad,
toman protagonismo.
Visto desde el otro bando, esta es una
serie en la que pasan pocas cosas: hay largas escenas de diálogo
familiar, a primera vista inocuo pero totalmente adictivo (nos
tiraríamos horas escuchando discutir a los personajes), que nos
explican tanto la personalidad de los diferentes personajes como los
diferentes modos de ver la vida de ellos.
Ryota, interpretado por un enorme
Hiroshi Abe, es un personaje cínico, un tanto ofuscado por su
trabajo, tanto por el reconocimiento general como por lo vacío del
mismo. Tampoco le ayuda el complejo profesional que tiene ante su
esposa, Sae (con una estupendamente recuperada Tomoko Yamaguchi), una
conocida cocinera mediática, que tiene mucho más éxito que él.
Será el cruzarse por el camino de Naho
Shimojima (interpretado por la deliciosa Aoi Miyazaki) lo que le haga
darse cuenta que el mundo no tiene que ser tan cuadriculado como
pensamos.
Kore-Eda teje como nadie las relaciones
interpersonales que se crean entre los personajes, llenando cada
escena con diálogos de una naturalidad desbordante, con de hecho
muchísimos momentos que parecen pura improvisación de los actores.
Destaca sobretodo la relación de Ryota
y Sae con su hija, Moe. Ya sabemos que el director tiene un ojo
especial para detectar y elegir a niños actores de un nivel
extraordinario, y aquí lo vuelve a demostrar presentándonos a la
debutante de diez años Aju Makita, que tiene la misma mirada
profunda del Yuya Yagira de “Nadie Sabe”, y la picardía de los
hermanos Maeda de “Kiseki”.
Todo un descubrimiento.
Los diez episodios pasan volando, y ese
tono ligero, profundamente humano y cálido que transmite, se echa a
faltar desde el momento en que termina.
Incomprensiblemente la serie fue un
auténtico fiasco en cuanto a audiencia a pesar de no tener una gran
competencia, y contar con la presencia de dos imanes para el público
como Hiroshi Abe y Tomoko Yamaguchi, más allá de su enorme calidad.
Quizás ese tono costumbrista no era lo que le apetecía ver al
grueso del público japonés en la noche de los martes a las diez de
la noche.
En cualquier caso “Going my home”
es una obra indispensable para los seguidores de Kore-Eda, aunque en
realidad para cualquier seguidor del cine y la cultura asiática.
Simplemente perfecta.
Puntuación: 10/10
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